Por ese palpitar en las aventuras de la China Iron
Me miró con desconfianza y me alcanzó
una taza con un líquido caliente y me dijo “tea”, como asumiendo que no
conocería la palabra y teniendo razón. “Tea”, me dijo, y eso que en español
suena a ocasión de recibir, “a ti”, “para ti”, en inglés es una ceremonia
cotidiana y eso me dio con la primera palabra en esa lengua que tal vez había
sido mi lengua madre y es lo que tomo hoy mientras el mundo parece amenazado
por lo negro y lo violento, por el ruido furioso de lo que no es más que una
tormenta de tantas que sacuden este río.
Gabriela Cabezón Cámara, “Las Aventuras de la China Iron”
Al igual que la protagonista de este libro, estoy tomando mi té. El té que hace siglos es objeto de bienvenida, apertura, solidaridad. El té para bienvenir al otro, desconocido, huérfano, distinto. El té que romperá las barreras, los límites entre las personas. El té que no necesita de la palabra porque usa el idioma del agua que espeja y transparenta.
Me acuerdo de la primera vez que me asomé a mirar con un caleidoscopio. Esos pedacitos de mundo brillosos, coloridos, fragmentados y distorsionados. Me fundo en ese juego. Como si necesitara quebrar este mundo para ver otros. La belleza me provoca una sensualidad conocida. Estoy leyendo una historia maravillosa que me reconforta, me acaricia, me multiplica.
“En poco tiempo el sol dejó de ser dorado, dejó de lamernos y se nos clavó en la piel. Todavía las cosas hacían sombra casi todo el tiempo pero ya empezaba a quemar el sol del mediodía, era septiembre y el suelo se rompía con el verde tierno de los tallos nuevos.”
La China
Iron emprende un viaje. No, rectifico. Emprende varios viajes: El físico,
andando en la carreta por la pampa infinita, todo paisaje y tiempos variopintos;
el viaje que viven sus sentires, en descubrimientos, toda ella alerta; el viaje
a sus despertares, de su piel y de su sexo, los sabores y los aromas; el viaje
a su historia pasada y el camino a su identidad reconstruida.
“Todo era suave y era cálido y me acariciaba y sentía una
felicidad
a cada paso, cada mañana cuando me ponía la enagüita y arriba el vestido y el
pullover, me sentía por fin completa ahí en el mundo como si hasta ahora
entonces hubiera vivido desnuda, más que ello, desollada. Recién entonces sentí
el golpe. Los golpes del dolor de la vida a la intemperie, antes de estar arropada
en estos géneros. Lo sentí como un amor loco por mis vestidos, por mi perro,
por mi amigo, un amor que vivía con tanta felicidad como miedo, miedo de que se
rompieran, de perderlos, un amor que me expandía y me hacía reír hasta que me
cortaba el aliento y también me contraía el corazón y se volvía una solicitud
extrema hacia el cachorro y la mujer y los vestidos, un amor con vigilia de
escopeta. Era tan feliz como infeliz y eso era más que lo que nunca había
sentido.”
La
historia me toca. Siento que después de todos mis andares pertenezco al grupo de los sensibles al brote y a la
luz. Entra un rayo de luna a mi caleidoscopio. Y ese brillo me recuerda cuando me
largué a andar en bicicleta sin rueditas. Era una noche caliente y había luna
llena y rodaba conmigo en la vereda. Mi hermano era el primer espectador y
junto a mi madre y padre aplaudían. Se mezclan las voces de vecinos en una
trama algarabiada. Alguien hablaba del color de las manzanas.
“…parecíamos segregarnos unos hilos
con vocación de cáscara, de caparazón, que se entretejían como una especie de
casa que en vez de hacerse de tela o de paja o de adobe o de cuero de cangrejo,
se iba haciendo de lazos que se tejían con palabras y con gestos.”
Me costó años a mí, pensar en mi propia trama, hecha de un tejido singular de lana rústica combinada con hilo de seda y bordados de rosas y violetas, y versos en idiomas venidos desde lejos. Y los amores cosidos con hilos de oro invisibles. Y los sueños, con hebras de té.
“Nos llevó pocos días de carreta, polvo y cuentos ser familia. Enredados en los lazos del amor que nos nacía, nos reíamos conjurando la amenaza de quedar a la intemperie, de ser vencidos…Tramándonos estábamos.”
El
día que supe del té me avisó un aroma que venía soplando en los pasillos de un
shopping, era dulce, pasto, canela, verduras hervidas y sabrosas, pimienta,
clavo, jengibre, menta, cacao. Hasta que llegué a un kiosquito coqueto en una
isla en medio del pasillo. Mis ojos se abrieron en una dimensión desconocida,
no pestañeaba. Recordé de golpe el olor del almacén de Don Isaías, cuando tenía
5 años. Él vendía entre otras cosas, la yerba, el té y el azúcar sueltos, al
peso, que tenía guardados en los cajones
batientes de un mueble. Era una mezcla de aromas exquisita. Hoy sigo poniendo
la nariz en los tarros para rescatar aromas antiguos.
“Vuelvo a mi vida aérea y a mi hogar
bamboleante en la carreta, que conservábamos, ya lo dije, oscura y fresca y
llena de aromas, como un almacén de la Compañía de India. El de las hebras del
té, marrones casi negras, arrancaba en las montañas verdes de la India y
viajaba hasta Inglaterra sin perder la humedad ni el perfume astringente que le
nació a la lágrima que Buda echó por lo males del mundo, males que viajan
también en el té: tomamos la espalda rota del que se agacha a cortar las hojas
y la del que las carga.”
En mi
taza de té hay una mujer
En la
mujer una semilla.
En la
semilla un despertar.
En el
despertar hay luz,
fuerza,
poder,
En
mis manos sostengo la taza nido,
tibia de alientos.
En este
pequeño poema quiero resumir todo lo que hay detrás de una taza de té, tan rica
y poderosa: todo el trabajo especial y dedicado que miles de mujeres hacen en
la cosecha manual de hojas de té, el esfuerzo de la carga, de la elaboración,
de la estiba, del empaquetado y de ahí en más la enorme cadena que le sigue. El
té materna en las manos trabajadoras, en el espíritu del esfuerzo, en la
riqueza de la naturaleza misteriosa y milagrosa, en el sudor de los que saben
admirar, cuidar y laborar la tierra, en las luchas cotidianas que esperanzan.
Será por eso que amo esta amalgama de taza y gesto, de vos y yo, de los que
están presentes en la ausencia, de los que llegan y se enamoran, de los que
anidamos con ganas concentradas para beber a sorbos el té y gorgojear con uno y
otro, despertando; sanando en aventuras como la de la China Iron, en viajes
finitos o sin fin, en entreveros enredados lo más posible para encontrarnos,
definirnos y no rendirnos jamás…
“…y para alegría de las viejas y
viejos, que saben lo que la vida vale porque la vida se empieza a valorar más
ahí cuando está al borde.”
en toda la letra cursiva, pedacitos del libro
que fueron ayudándome a pensar
y a tramar con mi vida…gracias!
Por ese palpitar:
Así
nombré a este blend. La base es de té negro, como el que inventaron sin querer
y deslumbró a los ingleses. Es de Assam, un estado de India que lo convirtió en
denominación de origen. Plantaciones de té silvestres existían en esa región de
valles, la variedad que dieron en llamar “assámica”. A este té negro de Assam, perfumado, y fragante, lo combiné con cascarilla de cacao, frutilla deshidratada,
bayas de enebro, ralladura de nuez moscada y cascaritas de naranja.
Puedo
sentir, yo también, a la Compañía de Indias en esta taza y un rumor de voces
lejanas, del otro extremo del mundo. Las antiguas voces de la cultura olteca
cosechando el cacao. Una sutil mezcla de mundos, sometidos y desamparados ambos
por imperios distintos pero igual de crueles.
Leo esta frase que anoto porque me hace pensar y me queda rimbombante dando vueltas, me gusta, es fuerte.
“…Quemaba puentes. Para poder irse hay que hacerse otro”
Es
toda fortaleza y valentía, es libertad y osadía, es ímpetu y lucha.
Hay
que animarse! Cuántas veces no pude irme? Por falta de puente nuevo, las vías
de escape, la proyección del tiempo y el pensamiento de que algún día será.
Pongo música, sigo con mi té. Este té enamora, te eriza la piel, o es el texto que con cada sutileza aporta el clima de miel que me hace difícil…
“alejarme del ansia de hundirme en esa piel, de quedarme adentro de la isla caliente de su voz.”
El amor como el poder gravitatorio de un girasol. El amor y la libertad y el desierto de cosas ardientes por ese sol robado al cielo, el desierto y el bosque, el fruto deseado y deseoso.
…y entonces cuando abracé a Kaukalitrán me hundí todavía más en el bosque que había resultado ser Tierra Adentro. En el verano me hundí. En las moras que colgaban de los árboles rojas y llenas de sí. En los hongos que crecían a la sombra de los árboles. En cada árbol me hundí. Y supe de la volubilidad de mi corazón, de la cantidad de apetitos que podía tener mi cuerpo: quise ser la mora y la boca que mordía la mora.”
Bellísimo texto y riquísimo tecito que también invita la autora:
…tomemos el té de hierbas sanadoras de esta tierra buena y salgamos luego a caminar en el aire de esta pampa que cura.”
Hago
una ceremonia cada vez que termino un libro. Leo las últimas páginas muy
despacio para prolongar el placer y despedirme de los personajes. Ya quiero
empezar a leer un nuevo libro de la misma autora. Siento que se me aflora un
feminismo intencionado, que en un pedacito de luz de mi caleidoscopio encuentro
un pedazo de otra, que ya no soy. Y sin embargo.
Comentarios