Renaceré en domingo, Kundera se queda conmigo

Antes de ayer murió Milán Kundera, uno de mis escritores preferidos, de esos que me volaron la cabeza, de esos que me enseñaron a pensar, a ser, a entender la historia del país de mis abuelos. Leí “El Libro de los Amores Ridículos” en los ‘90s, la edición tenía en la portada una pintura diminuta de Pablo Picasso, “Mujer con medias verdes” y me acuerdo del flash que tuve ese año con todas las transgresiones recibidas. El único capaz de entenderme era el tío Guillermo que había vivido en la antigua Checoslovaquia y con el que me podía permitir el divague largo y tendido. Ni hablar cuando leí "La Insoportable Levedad del Ser", una historia de amor tremendamente profunda que me llenó de contradicciones y por primera vez tuve una reflexión si se quiere filosófica de mi existencia. Kundera me dejó pensar sola, hablar conmigo misma, sentir el peso insoportable de mi propia levedad. Conocí por esas épocas mis propias definiciones, cuánto arriesgo, cuánto puedo ser libre para que no me duela, cómo se entrelazan en mí los celos y el amor, el destino y los deseos.




Quiero un té intenso, que me calme las penitas de amor, que me deje sólo la levedad de los recién nacidos. Es julio, cae nieve, las nubes aplastan el alma, es irremediable la pena. Así que se viene este renacer.

Renaceré en domingo: té negro chino, cascarilla de cacao, trocitos de zanahoria, pasas de uva rubia, ramitas de canela, cascaritas de naranja, ralladura de cúrcuma, enebro, clavo, nuez moscada, florcitas de suico.



Este té tiene todo lo que tiene que tener para hacer renacer: el perfume de las especias y los cítricos interpolando, envuelto por el hechizo del cacao, el embrujo de su aroma exótico que sabe a gloria y a infancia. Se suman las pasas de uva que concentran sabores a fruta y madera, combinadas con la terrosa zanahoria abundante en carotenos y vitaminas.



Este blend es fruto, semilla, raíz, corteza, piel, flores.

Es tiempo, es crecimiento.

Es paciencia, ganas y amor.

Es beberlo y tener toda la savia, el sol, la lluvia, adentro de uno.

Es sanar, y a decir de León Gieco, quitarle a la vida sus dolores.

Es renacer en domingo.

Y sin embargo.

Busco un pasaje que recuerdo de La Insoportable Levedad del Ser, una imagen que guardo en la memoria. Pero cuando la encuentro era distinta, al releerla me doy cuenta. Me río, tiene que ver con el concepto del olvido sumado a las reconstrucciones de este mismo relato que hice a lo largo de las lecturas de otros libros de Kundera. Es fantástico, pensé, que haya podido retener esa imagen, ese “momento” retratado como en una foto, o mejor aún, es tan nítido el recuerdo que creo que estuve en esa calle la primavera del ‘68.  En fin, me pareció igualmente bello y lo transcribo:

“Lloviznaba. Los apresurados peatones abrían los paraguas y en un momento la acera estuvo repleta. Los paraguas chocaban unos contra otros. Los hombres eran amables y, cuando pasaban junto a Teresa, levantaban la empuñadura del paraguas por encima de la cabeza para que pudiera pasar.

Pero las mujeres no se apartaban. Miraban hacia adelante con dureza y cada una de ellas esperaba que la otra reconociese su debilidad y retrocediese. El encuentro entre paraguas era una prueba de fuerzas. Teresa al principio se apartaba, pero cuando comprendió que su amabilidad nunca era correspondida, cogió el paraguas con la misma firmeza que las demás. Varias veces chocó violentamente contra el paraguas de enfrente pero nadie decía “disculpe”. Por lo general, nadie decía nada, dos o tres veces oyó decir “imbécil” o “mierda”.

Entre las mujeres que iban armadas de paraguas las había jóvenes y viejas, pero las más decididas luchadoras eras precisamente las jóvenes. Teresa recordó los días de la invasión. Las muchachas con minifaldas llevaban mástiles con banderas nacionales. Aquél era un atentado sexual contra los soldados, mantenidos durante varios años en régimen de abstinencia. Debían de sentirse en Praga como en un planeta inventado por un autor de ciencia ficción, un planeta de mujeres increíblemente elegantes que demostraban su desprecio subidas a unas piernas largas y hermosas como no se habían visto en toda Rusia durante los cinco o seis últimos siglos.

Hizo entonces muchas fotos de aquellas mujeres jóvenes con los tanques de fondo. ¡Las admiraba! Y precisamente esas mismas mujeres eran las que chocaban hoy con ella, insolentes y malvadas. En lugar de banderas llevaban paraguas, pero los llevaban con el mismo orgullo. Estaban dispuestas a luchar contra un ejército enemigo con la misma obstinación que contra un paraguas que no está dispuesto a cederles el paso.”

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser



Yo también las admiraba. Siempre miré con orgullo a las mujeres que me representaban. Para quien no conozca este momento histórico, que Kundera relatara una y otra vez desde distintos lugares, se trató de la invasión rusa para aplastar a la llamada Primavera de Praga y el consecuente levantamiento popular checoslovaco para defender a su patria. De ésto hacen 55 años. No les cuento quién pierde y quién gana.

Este té también está hecho de luchas y mujeres. Hoy están presentes en mí las mujeres de Jujuy. Y todas las que estén defendiendo aunque sea un pedacito de su patria.

Renaceremos en domingo hecho de té.



Gracias Georgina Hassan y Kevin Johansen por El Círculo
que rueda y vuelve a empezar,
carruseleando como me gusta a mí
para quererte mejor






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