De mujeres mongolas, de ofrendas a puro sol, tú me acostumbraste

Miro un documental donde las mujeres mongolas arrojan té al cielo como ofrenda. Veo a una mujer preparando el desayuno, té con leche, en una modesta casita de montaña. De golpe abre la puerta y sale. Y tira o más bien revolea el té al viento que con su fuerza encontrada desparrama la preparación por el aire, se arremolina, cae y riega la tierra. La mujer pronuncia unas palabras que nadie traduce y vuelve a entrar a su casa a desayunar con su familia. Me quedo pensando en el acto de rezo esperanzado y lleno de fe. En el deseo de que se cumpla. En la promesa y el promesante. En el encuentro matutino con las deidades naturales. En las fórmulas encantadas de los dichos. En las palabras que junto al té también se lleva el viento. En su fuerza domesticada, a la que pedimos permiso y damos gracias. En la intuición de que en este acto algo de la memoria se retiene y servirá de herencia a los que vienen. Tomo mi taza que está apenas cachada pero es un regalo y nunca quise deshacerme de ella, ya...